“Ingenuo aquél, el que creyó habitar”. La crudeza de Cuentos rotos conforma una constante invitación a deshabitar-se, a perturbar la comodidad del sentido común. La reflexión lumínica no es de un sólo tipo, puede producirse una duplicación, una absorción, o simplemente detonarse con intensidad la pregunta por el ser. El ser conflictuado, habitué de los hospicios de su mente, medicando su propio abismo. Cuentos Rotos, no admite distinción entre fantasía y realismo, mucho menos entre ficción y realidad. En el mundo fundido, “fuego siempre vivo”, el lector se encontrará escribiendo y escrito. Acaso prólogo de su propia distopía.